miércoles, 22 de junio de 2011

TIENE EL SÍNDROME DE MARY POPPINS

Otro año más, el mismo sabor agridulce, la misma mirada perdida, la sensación de que -como simple peón- te van a quitar de una casilla para ubicarte en otra.
Otro año más, "El Síndrome Mary Poppins". (definición aquí)

Permítanme que hable con cierta nostalgia, pesadumbre y malestar de mi oficio sin crucificarme.

No resulta fácil ser "profesor ambulante", desarrollar este oficio de un lado a otro de la geografía, sin saber qué circunstancias te aguardan en cada ciudad, en cada pueblo, cómo serán el centro, el profesoreado, a qué tipo de alumnado habrá que enfrentarse... cada sustitución, cada curso...
No se suele hablar de la "letra pequeña" de este oficio, en el que cada vez resulta un poco más difícil abrirse e integrarse en esta comunidad (la educativa, tan particular y específica en cada instituto), a sabiendas de que las relaciones que se establezcan tienen fecha de caducidad (la establecida en tu contrato), a sabiendas de que, en el momento de la partida, te dejarás en el centro más que unos meses de vida, un trozo de tu corazón.

Es complicado el inicio de cada sustitución por cuanto de apertura hacia un grupo de personas que no siempre están dispuestas a invertir en una persona que en meses (sino días o semanas) se encontrará en otro rincón de Andalucía. Es complicado tener que comenzar continuamente de cero, amoldarse a una rutina escolar nueva, a un alumnado no muy motivado para colaborar.

Y sin embargo, la dificultad de comenzar siempre de cero no es más que un juego de niños comparado con el agridulce momento de la partida.
-Dulce por cuanto a que siempre hay ganas de finalizar el curso y "volver a la normalidad" (aunque más que a la normalidad, sería a la "casilla de inicio"a la espera de se reinicie la partida).
-Agrio porque, con independencia de cómo transcurra la sustitución (y todas sus circunstancias) suelen encontrarse detalles, gestos, alumnos, compañeros por los cuales uno optaría por quedarse (si pudiera, si tuviera opción a manejar su vida profesional) Agrio porque es en el preciso instante en el que se ha conseguido "conectar" con el alumnado, el momento de hacer las maletas y partir a la espera de un nuevo destino.

Y así, mientras lo que verdaderamente apetece es compadecerse de uno mismo y del destino que le tiene encadenado a una llamada telefónica que tendrá lugar en septiembre/octubre, no cabe otra que sacar fuerzas de donde casi no quedan y serenar a aquellos alumnos del "maestro no te vayas, maestro quédate" esbozando una sonrisa tierna y tranquilizadora, mirándolos a los ojos y decirles lo que Mary Poppins explicaba en la película: "Hay también otros niños que necesitan de ayuda..."
Y aprovechar la disfracción de sus primeros días de vacaciones para (como si volando con mi paraguas fuese) coger la A-92 en busca de nuevos alumnos...


Mi pregunta es ¿cuántos trocitos de uno pueden irse dejando por lo centros hasta llegar a convertirse en un autómata de la educación?

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