jueves, 21 de abril de 2011

El Origen

Llega un día en el que, tomando cierta distancia, ves que sigues siendo igual de asocial que siempre. Que nada ha cambiado. Ni tú… ni la maldita sociedad en la que te encuentras inmerso. Y decides parar un segundo para tomar cierta distancia, ser objetivo y analizar qué es lo que está ocurriendo a tu alrededor.

En un primer y simple vistazo, sin escarbar mucho, descubres que:

- Toda la telaraña social que constriñe la forma de pensar, actuar y vivir,

- aquellas limitaciones y reglas absurdas impuestas… y aceptadas por todos,

- la necesidad de ser socialmente aceptado, normalizado e integrado,

- la importancia de ser políticamente correcto por el miedo al “qué dirán”,

- el juicio y el escarnio público, el cotilleo…

…son también características más que notables de estas nuevas sociedades virtuales –de las popularmente conocidas como redes sociales– en las que te encuentras inmerso. Y así, sin apenas darte cuenta, has vuelto a convertirte en aquello que más odias, un engranaje más (normal y corriente) de todos los que hacen moverse este mundo tan… simple.

Hace unos años sólo había que ponerse en “modo automático” y dejarse llevar por el tedio y la rutina, ya el medio haría el resto y acabaría despersonalizándote. Ahora, el proceso es mucho más complejo, pues requiere de cierta interacción. Un tipo especial de aportación: sumarte a un colectivo sociovirtual y alimentarlo con fotos etiquetadas, enlaces, y comentarios de no más de 420 caracteres…

Si no formas parte de de alguna de las redes sociales existentes en Internet, no eres nadie; si estás inmerso en ellas eres alguien… virtual.

El problema es que prefiero ser un “nadie virtual” y compartir mis pensamientos más profundos de no más de 420 caracteres (a partir de 421, los pondré en PSAON) con aquellos que naveguen a la deriva y se topen con este islote mental.

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